Si se alimenta de lluvia y de ríos de agua dulce, ¿por qué el mar es salado?
Aunque cada día llueven 1.397 billones de litros de agua dulce, los océanos siguen siendo salados, gracias a un equilibrio milenario de procesos naturales.
Se calcula que, en nuestro planeta, cada día llueven 1.397 billones de litros de agua, lo que equivaldría a unos 2.7 mm sobre toda la superficie del globo. Sin embargo, a pesar de este aporte impresionante de agua dulce, los océanos son, como sabemos, salados.
¿Por qué los océanos son salados y se mantienen así desde hace millones de años? La respuesta revela el delicado equilibrio de procesos geológicos y químicos que continúan hasta hoy.
Un sistema acumulativo
El agua de lluvia tiene cantidades ínfimas de dióxido de carbono del aire, lo que la convierte en un ácido, pero muy, muy débil. Aun así, al contacto con las rocas, el agua de lluvia las erosiona, y las rocas liberan pequeñísimas cantidades de sales y minerales, que, a través del cauce, desembocan en los mares y océanos.
No percibimos ninguna salinidad en el agua de los ríos porque el agua está en movimiento y es constantemente renovada por la lluvia, lo que diluye las concentraciones de sales disueltas en ella. Así, el volumen de agua dulce es mucho mayor que el de los minerales disueltos.
Pero en el mar las cosas son distintas. A diferencia de la renovación y el movimiento constante de los ríos, los océanos son sistemas acumulativos, algo así como enormes depósitos donde las sales y minerales que llegan de diversas fuentes no se eliminan tan fácilmente.
Los ríos no son la única fuente de minerales para los océanos. Las erupciones de volcanes submarinos también liberan gases y minerales que enriquecen aún más el océano. Además, en el fondo marino se da un proceso fundamental: a través de las grietas de la corteza terrestre, el agua se filtra y se calienta mucho, hasta los 400 °C. Con semejante temperatura, el agua actúa sobre las rocas y disuelve más sales y minerales.
Estos “geiseres submarinos” expelen agua calentada por el magma, cargada de minerales disueltos provenientes de la corteza terrestre.
De todas las sales que se vuelcan al océano, la gran mayoría, -el 85 %- son iones de sodio y de cloruro, cuya combinación forma el cloruro de sodio, la sal común que todos conocemos y que define el sabor del agua de mar. Estos iones no se van a la atmósfera en el proceso de evaporación, sino que permanecen en el agua líquida.
Equilibrio dinámico: todo lo que entra, sale
Con tanto aporte permanente de sales y minerales, ¿no debería el océano estar cada vez más salado? Pues no, y esto se debe a un balance natural: parte de las sales se alojan como sedimentos en el fondo marino, y organismos como los corales y algunos más pequeños las utilizan en sus estructuras.
Así, a pesar del aporte de sal que llega a través de los ríos y los respiraderos hidrotermales, la misma cantidad de sales se elimina mediante la sedimentación y otros procesos naturales. Este equilibrio dinámico mantiene estable el nivel de salinidad oceánica desde hace al menos al menos 200 millones de años.
Sin embargo, la concentración de sal en el océano no es uniforme. En áreas cercanas al ecuador, donde llueve más, las sales están más diluidas y el agua es menos salada. Lo mismo sucede en las zonas polares, donde el derretimiento de hielo hace que el agua sea menos salada. En cambio, en latitudes medias, la evaporación es mayor y la salinidad más alta.
El Mar Muerto, en Jordania es uno de los cuerpos de agua más salados del planeta, con una salinidad del 34 %, casi diez veces mayor que la de los océanos. Esto se debe a que está ubicado en una cuenca cerrada sin contacto con otros mares y océanos, lo que implica que el agua que fluye hacia él, principalmente desde el río Jordán, no tiene manera de escapar más que por la evaporación. En esta región, las altas temperaturas y la baja humedad producen evaporación rápida del agua, que deja las sales concentradas.
Estos procesos convierten al Mar Muerto en un ambiente extremo donde pocas formas de vida pueden sobrevivir, pero cuyas aguas y lodos son famosos por sus propiedades terapéuticas y minerales.
El mar salado es una evidencia de los procesos geológicos que han moldeado la Tierra y que son cruciales para la vida. La salinidad influye en las corrientes oceánicas, regula la temperatura global y crea hábitats diversos que sustentan la vida marina.